Dilatándose una pensión que pretendía de Luis de Góngora

Camina mi pensión con pies de plomo,
el mío, como dicen, en la huesa;
a ojos yo cerrados, tenue o gruesa,
por dar más luz al mediodía la tomo.

Merced de la tijera a punta o lomo
nos conhorta aun de murtas una mesa;
«Ollay» la mejor voz es portuguesa,
y la mejor ciudad de Francia, Como.

No más, no, borceguí; mi chimenea,
basten los años que ni aun breve raja
de encina la perfuma, o de aceituno.

¡Oh cuánto tarda lo que se desea!
Llegue; que no es pequeña la ventaja
del comer tarde al acostarse ayuno.

"Duélete de esa puente, Manzanares" de Luis de Góngora y Argote

Duélete de esa puente, Manzanares;
mira que dice por ahí la gente,
que no eres río para media puente,
y que ella es puente para muchos mares.

Hoy, arrogante, te ha brotado a pares
húmedas crestas tu soberbia frente,
y ayer me dijo humilde tu corriente
que eran en marzo los caniculares.

Por el alma de aquel que ha pretendido
con cuatro onzas de agua de chicoria
purgar la villa y darte lo purgado,

me dí ¿cómo has menguado y has crecido?,
¿cómo ayer te vi en pena, y hoy en gloria?
—Bebióme un asno ayer, y hoy me ha meado.

En la capilla estoy, y condenado de Luis de Góngora y Argote

En la capilla estoy, y condenado
a partir sin remedio desta vida;
siento la causa aun más que la partida,
por hambre expulso como sitïado.

Culpa sin duda es ser desdichado;
mayor, de condición ser encogida.
De ellas me acuso en esta despedida,
y partiré a lo menos confesado.

Examine mi suerte el hierro agudo,
que a pesar de sus filos me prometo
alta piedad de vuestra excelsa mano.

Ya que el encogimiento ha sido mudo,
los números, Señor, deste soneto
lenguas sean y lágrimas no en vano.

"Grandes, más que elefantes y que abadas" de Luis de Góngora y Argote

los elefantes
Grandes, más que elefantes y que abadas,
títulos liberales como rocas,
gentiles hombres, sólo de sus bocas,
illustri cavaglier, llaves doradas;

hábitos, capas digo remendadas,
damas de haz y envés, viudas sin tocas,
carrozas de ocho bestias, y aun son pocas
con las que tiran y que son tiradas;

catarriberas, ánimas en pena,
con Bártulos y Abades la milicia,
y los derechos con espada y daga;

casas y pechos todo a la malicia;
lodos con perejil y yerbabuena:
esto es la Corte. ¡Buena pro le haga!

Hurtas mi vulto y cuanto más le debe de Luis de Góngora

Hurtas mi vulto y cuanto más le debe
a tu pincel, dos veces peregrino,
de espíritu vivaz el breve lino
en los colores que sediento bebe,

vanas cenizas temo al lino breve,
que émulo del barro le imagino,
a quien (ya etéreo fuese, ya divino)
vida le fió muda esplendor leve.

Belga gentil, prosigue al hurto noble;
que a su materia perdonará el fuego,
y el tiempo ignorará su contextura.

Los siglos que en sus hojas cuenta un roble,
árbol los cuenta sordo, tronco ciego;
quien más ve, quien más oye, menos dura.

Infiere, de los achaques de la vejez, cercano el fin a que, católico, se alienta de Luis de Góngora y Argote

En este occidental, en este, ¡oh Licio!,
climatérico lustro de tu vida,
todo mal afirmado pie es caída,
toda fácil caída es precipicio.

¿Caduca el paso? Ilústrese el juïcio.
Desatándose va la tierra unida.
¿Qué prudencia, del polvo prevenida,
la ruina aguardó del edificio?

La piel no sólo sierpe venenosa,
mas con la piel los años se desnuda,
y el hombre, no, ¡ciego discurso humano!

¡Oh aquel dichoso, que, la ponderosa
porción depuesta en una piedra muda,
la leve da al zafiro soberano!

Inscripción para el sepulcro del Greco de Luis de Góngora

Esta, en forma elegante, oh peregrino,
de pórfido luciente dura llave,
el pincel niega al mundo más süave
que dio espíritu a leño, vida a lino.

Su nombre, aún de mayor aliento dino
que en los clarines de la Fama cabe,
el campo ilustra de ese mármol grave;
venérale, y prosigue tu camino.

Yace el Griego. Heredó Naturaleza
Arte, y el Arte, estudio; Iris, colores;
Febo, luces —si no sombras, Morfeo.—

Tanta urna, a pesar de su dureza,
lágrimas beba y cuantos suda olores
corteza funeral de árbol sabeo.

La dulce boca que a gustar convida de Luis de Góngora

labios dulces
La dulce boca que a gustar convida
un humor entre perlas destilado,
y a no invidiar aquel licor sagrado
que a Júpiter ministra el garzón de Ida,

¡amantes! no toquéis si queréis vida:
porque entre un labio y otro colorado
Amor está de su veneno armado,
cual entre flor y flor sierpe escondida.

No os engañen las rosas que al Aurora
diréis que aljofaradas y olorosas
se le cayeron del purpúreo seno.

Manzanas son de Tántalo y no rosas,
que después huyen dél que incitan ahora
y sólo del Amor queda el veneno.

"Menos solicitó veloz saeta" de Luis de Góngora

Menos solicitó veloz saeta
destinada señal, que mordió aguda;
agonal carro en la arena muda
no coronó con más silencio meta

que presurosa corre, que secreta
a su fin nuestra edad. A quien lo duda
(fiera que sea de razón desnuda)
cada sol repetido es un cometa.

Confiésalo Cartago, ¿y tú lo ignoras?
Peligro corres, Licio, si porfías
en seguir sombras y abrazar engaños.

Mal te perdonarán a ti las horas,
las horas que limando están los días,
los días que royendo están los años.

Mientras por competir con tu cabello de Luis de Góngora

mujer de cabello dorado
Mientras por competir con tu cabello
oro bruñido al sol relumbra en vano;
mientras con menosprecio en medio el llano
mira tu blanca frente el lilio bello;


mientras a cada labio, por cogello,
siguen más ojos que al clavel temprano;
y mientras triunfa con desdén lozano
del luciente cristal tu gentil cuello:


goza cuello, cabello, labio y frente
antes que, lo que fue en tu edad dorada
oro, lilio, clavel, cristal luciente,


no sólo en plata o vïola troncada
se vuelva, mas tú y ello juntamente
en tierra, en polvo, en humo, en sombra, en nada.

Rebelde y pertinaz de Luis de Góngora

- Rebelde y pertinaz entendimiento,
sed preso. - ¿Quién lo manda? - Dios glorioso.
- ¿Por qué? - Porque con ánimo dudoso
negaste la obediencia al Sacramento.

- ¿Quién ha de ejecutar el prendimiento?
- La voluntad y afecto piadoso.
- ¿Quién es el carcelero riguroso?
- La fe, que enseña el conocimiento.

- Y la cárcel, ¿cuál es? - La Iglesia santa.
¡Oh cárcel, clara luz de este hemisferio,
dulce prisión que tal tesoro entierra;

do el fruto de este altísimo misterio
se goza con dulzura y gloria tanta
que excede cuanto bien hay en la tierra.

Si Amor entre las plumas de su nido de Luis de Góngora

cupido amor
Si Amor entre las plumas de su nido
prendió mi libertad, ¿qué hará ahora,
que en tus ojos, dulcísima señora,
armado vuela, ya que no vestido?

Entre las vïoletas fui herido
del áspid que hoy entre los lilios mora;
igual fuerza tenías siendo aurora,
que ya como sol tienes bien nacido.

Saludaré tu luz con voz doliente,
cual tierno ruiseñor en prisión dura
despide quejas, pero dulcemente.

Diré como de rayos vi tu frente
coronada, y que hace tu hermosura
cantar las aves, y llorar la gente.

Suspiros tristes, lágrimas cansadas de Luis de Góngora

lagrimas llanto
Suspiros tristes, lágrimas cansadas,
que lanza el corazón, los ojos llueven,
los troncos bañan y las ramas mueven
de estas plantas, a Alcides consagradas;

más del viento las fuerzas conjuradas
los suspiros desatan y remueven,
y los troncos las lágrimas se beben,
mal ellos y peor ellas derramadas.

Hasta en mi tierno rostro aquel tributo
que dan mis ojos, invisible mano
de sombra o de aire me le deja enjuto,

porque aquel ángel fieramente humano
no crea mi dolor, y así es mi fruto
llorar sin premio y suspirar en vano.

"Valladolid, de lágrimas sois valle" de Luis de Góngora

Valladolid, de lágrimas sois valle,
y no quiero deciros quién las llora,
valle de Josafat, sin que en vos hora,
cuanto más día de jüicio se halle.

Pisado he vuestros muros calle a calle,
donde el engaño con la corte mora,
y cortesano sucio os hallo ahora,
siendo villano un tiempo de buen talle.

Todos sois Condes, no sin nuestro daño;
dígalo el andaluz, que en un infierno
debajo de una tabla escrita posa.

No encuentra al de Buendía en todo el año;
al de Chinchón, sí, ahora; y el invierno
al de Niebla, al de Nieva, al de Lodosa.

"Ya besando unas manos cristalinas" de Luis de Góngora

Ya besando unas manos cristalinas,
ya anudándome a un blanco y liso cuello,
ya esparciendo por él aquel cabello
que Amor sacó entre el oro de sus minas,

ya quebrando en aquellas perlas finas
palabras dulces mil sin merecello,
ya cogiendo de cada labio bello
purpúreas rosas sin temor de espinas,

estaba, ¡oh claro Sol invidïoso!,
cuando tu luz, hiriéndome los ojos,
mató mi gloria y acabó mi suerte.

Si el cielo ya no es menos poderoso,
por que no den los tuyos más enojos,
rayos, como a tu hijo, te den muerte.

Angélica y Medoro de Luis de Góngora

Angelica y Medoro
En un pastoral albergue
que la guerra entre unos robles
lo dexó por escondido
o lo perdonó por pobre;

do la paz viste pellico
y conduce entre pastores
ovejas del monte al llano
y cabras del llano al monte,

mal herido y bien curado,
se alberga un dichoso joven
que sin clavarle amor flecha
le coronó de favores.

Las venas con poca sangre,
los ojos con mucha noche,
lo halló en el campo aquella
vida y muerte de los hombres.

Del palafrén se derriba,
no porque al moro conoce,
sino por ver que la yerba
tanta sangre paga en flores.

Límpiale el rostro, y la mano
siente al Amor que se esconde
tras las rosas, que la muerte
va violando sus colores.

Escondióse tras las rosas,
porque labren sus arpones
el diamante del Catay
con aquella sangre noble.

Ya le regala los ojos,
ya le entra, sin ver por dónde,
una piedad mal nacida
entre dulces escorpiones.

Ya es herido el pedernal,
ya despide el primer golpe
centellas de agua, ¡oh piedad!,
hija de padres traidores.

Yerbas le aplica a sus llagas,
que si no sanan entonces
en virtud de tales manos
lisonjean los dolores.

Amor le ofrece su venda,
mas ella sus velos rompe
para ligar sus heridas;
los rayos del sol perdonen.

Los últimos nudos daba
cuando el cielo la socorre
de un villano en una yegua
que iba penetrando el bosque.

Enfrénanle de la bella
las tristes piadosas voces,
que los firmes troncos mueven
y las sordas piedras oyen;

y la que mejor se halla
en las selvas que en la corte,
simple bondad, al pío ruego
cortésmente corresponde.

Humilde se apea el villano
y sobre la yegua pone
un cuerpo con poca sangre,
pero con dos corazones.

A su cabaña los guía,
que el sol deja su horizonte
y el humo de su cabaña
le va sirviendo de norte.

Llegaron temprano a ella
do una labradora acoge
un mal vivo con dos almas,
una ciega con dos soles.

Blando heno en vez de pluma
para lecho les compone,
que será tálamo luego
do el garzón sus dichas logre.

Las manos, pues, cuyos dedos
desta vida fueron dioses,
restituyen a Medoro
salud nueva, fuerzas dobles,

y le entregan, cuando menos,
su beldad y un reino en dote,
segunda envidia de Marte,
primera dicha de Adonis.

Corona un lascivo enjambre
de cupidillos menores
la choza; bien como abejas,
hueco tronco de alcornoque.

¡Qué de nudos le está dando
a un áspid la envidia torpe,
contando de las palomas
los arrullos gemidores!

¡Qué bien la destierra Amor,
haciendo la cuerda zote,
porque el caso no se infame
y el lugar no se inficione!

Todo es gala el africano,
su vestido espira olores,
el lunado arco suspende
y el corvo alfange depone.

Tórtolas enamoradas
son sus roncos atambores
y los volantes de Venus
sus bien seguidos pendones.

Desnuda el pecho anda ella;
vuela el cabello sin orden;
si lo abrocha, es con claveles,
con jazmines si lo coge.

El pie calza en lazos de oro
porque la nieve se goce,
y no se vaya por pies
la hermosura del orbe.

Todo sirve a los amantes,
plumas les baten veloces,
airecillos lisonjeros,
si no son murmuradores.

Los campos les dan alfombras,
los árboles pabellones,
la apacible fuente sueño,
música los ruiseñores.

Los troncos les dan cortezas
en que se guarden sus nombres
mejor que en tablas de mármol
o que en láminas de bronce.

No hay verde fresno sin letra,
ni blanco chopo sin mote;
si un valle Angélica suena,
otro Angélica responde.

Cuevas do el silencio apenas
deja que sombras las moren,
profanan con sus abrazos
a pesar de sus horrores.

Choza, pues, tálamo y lecho,
contestes destos amores,
el cielo os guarde, si puede,
de las locuras del conde.

Amarrado al duro banco de Luis de Góngora

hombre al remo
Amarrado al duro banco
De una galera turquesca,
Ambas manos en el remo
Y ambos ojos en la tierra,

Un forzado de Dragut
En la playa de Marbella
Se quejaba al ronco son
Del remo y de la cadena:

«¡Oh sagrado mar de España,
Famosa playa serena,
Teatro donde se han hecho
Cien mil navales tragedias!,

»Pues eres tú el mismo mar
Que con tus crecientes besas
Las murallas de mi patria,
Coronadas y soberbias,

»Tráeme nuevas de mi esposa,
Y dime si han sido ciertas
Las lágrimas y suspiros
Que me dice por sus letras;

»Porque si es verdad que llora
Mi captiverio en tu arena,
Bien puedes al mar del Sur
Vencer en lucientes perlas.

»Dame ya, sagrado mar,
A mis demandas respuesta,
Que bien puedes, si es verdad
Que las aguas tienen lengua,

»Pero, pues no me respondes,
Sin duda alguna que es muerta,
Aunque no lo debe ser,
Pues que vivo yo en su ausencia.

»¡Pues he vivido diez años
Sin libertad y sin ella,
Siempre al remo condenado
A nadie matarán penas!»

En esto se descubrieron
De la Religión seis velas,
Y el cómitre mandó usar
Al forzado de su fuerza.

Entre los sueltos caballos de Luis de Góngora

caballos
Entre los sueltos caballos
de los vencidos Zenetes,
que por el campo buscaban,
entre lo rojo lo verde,
aquel español de Orán
un suelto caballo prende,
por sus relinchos lozano
y por sus cernejas fuerte
para que lo lleve a él
y a un moro cautivo lleve,
que es uno que ha cautivado,
capitán de cien Zenetes.
En el ligero caballo
suben ambos, y él parece
de cuatro espuelas herido,
que cuatro vientos lo mueven.
Triste camina al alarbe,
y lo más bajo que puede
ardientes suspiros lanza
y amargas lágrimas vierte.
Admirado el español
de ver cada vez que vuelve
que tan tiernamente llore
quien tan duramente hiere,
con razones le pregunta,
comedidas y corteses,
de sus suspiros la causa,
si la causa lo consiente.
El cautivo como tal,
sin excusarlo obedece,
y a su piadosa demanda
satisface desta suerte:
“Valiente eres capitán,
y cortés como valiente,
por tu espada y por tu trato
me has cautivado dos veces.
“Preguntado me has la causa
de mis suspiros ardientes,
y débote la respuesta
por quien soy y por quien eres
“Yo nací en Gelves el año
que os perdisteis en los Gelves,
de una berberisca noble
y de un turco mata-siete.
“En Tremecén me crié
con mi madre y mis parientes
después que murió mi padre,
corsario de tres bajeles.
Junto a mi casa vivía
porque más cerca muriese,
una dama del linaje
de los noble Melioneses.
“Extremo de las hermosas,
cuando no de las crueles,
hija al fin de estas arenas
engendradoras de sierpes.
“Era tal su hermosura,
que se hallarían claveles
más ciertos en sus dos labios
que en los dos floridos meses.
“Cada vez que la miraba
salía el sol por su frente,
de tantos rayos vestido
cuantos cabellos contiene.
“Juntos así nos criamos,
y Amor en nuestras niñeces
hirió nuestros corazones
con arpones diferentes.
“Labró el oro en mis entrañas
dulces lazos, tiernas redes,
mientras el plomo en las suyas
libertades y desdenes.
“Mas, ya la razón sujeta,
con palabras me requiere
que su crueldad perdone
y de su beldad me acuerde;
“y apenas vide trocada
la dureza de esta sierpe,
cuando tú me cautivaste:
mira si es bien que lamente.
“Esta, español es la causa
que a llanto pudo moverme;
mira si es razón que llore
tantos males juntamente”
Conmovido el capitán
de las lágrimas que vierte,
parando el veloz caballo,
que paren sus males quiere.
“Gallardo moro, le dice,
si adoras como refieres,
y si como dices amas,
dichosamente padeces.
“¿Quién pudiera imaginar
viendo tus golpes tan crueles,
que cupiera alma tan tierna
en pecho tan duro y fuerte?.
“Si eres del Amor cautivo,
desde aquí puedes volverte;
que me pedirán por robo
lo que entendí que era suerte.
“Y no quiero por rescate
que tu dama me presente
ni las alfombras más finas
ni las granas más alegres.
“Anda con Dios, sufre y ama,
y vivirás si lo hicieres,
con tal que cuando la veas
pido que de mí te acuerdes,”
Apeóse del caballo,
y el moro tras él desciende,
y por el suelo postrado,
la boca a sus pies ofrece.
“Vivas mil años, le dice,
noble capitán valiente,
que ganas más con librarme
que ganaste con prenderme.
“Alá se quede contigo
y te dé victoria siempre
para que extiendas tu fama
con hechos tan excelentes.”

Fábula de Píramo y Tisbe de Luis de Góngora

piramo y tisbe
La ciudad de Babilonia
--famosa, no por sus muros--
(fuesen de tierra cocidos
o sean de tierra crudos),
sino por los dos amantes,
desdichados hijos suyos,
que, muertos, y en un estoque,
han peregrinado el mundo--
citarista dulce, hija
del Archipoeta rubio,
si al brazo de mi instrumento
le solicitas el pulso,
digno sujeto será
de las orejas del vulgo:
popular aplauso quiero;
perdónenme sus tribunos.
Píramo fueron y Tisbe,
los que en verso hizo culto
el licenciado Nasón
(bien romo o bien narigudo)
dejar el dulce candor
lastimosamente oscuro
al que túmulo de seda
fue de los dos casquilucios
moral que los hospedó;
y fue condenado al punto,
si del Tigris no en raíces,
de los amantes en frutos.
Estos, pues, dos babilonios
vecinos nacieron mucho
y tanto, que una pared
de oídos no muy agudos
en los años de su infancia
oyó a las cunas los tumbos,
a los niños los gorjeos
y a las amas los arrullos.
Oyólos, y aquellos días
tan bien la audiencia le supo,
que años después se hizo
rajas en servicio suyo.
En el ínterin nos digan
los mal formados rasguños
de los pinceles de un ganso
sus dos hermosos dibujos.
Terso marfil su esplendor,
no sin modestia, interpuso
entre las ondas de un sol
y la luz de dos carbunclos.
Libertad dice llorada
el corvo süave luto
de unas cejas, cuyos arcos
no serenaron diluvios.
Luciente cristal lascivo
(la tez, digo, de su vulto)
vaso era de claveles
y de jazmines confusos.
Arbitro de tantas flores
lugar el olfato obtuvo
en forma no de nariz,
sino de un blanco almendruco.
Un rubí concede o niega,
según alternar le plugo,
entre veinte perlas netas
doce aljófares menudos.
De plata bruñida era
proporcionado cañuto,
el órgano de la voz,
la cerbatana del gusto.
Las pechugas, si hubo fénix,
suyas son; si no la hubo,
de los jardines de Venus
pomos eran no maduros.
El etcoetera es de mármol,
cuyos relieves ocultos
ultraje mórbido hicieran
a los divinos desnudos
la vez que se vistió Paris
la garnacha de Licurgo
cuando Palas por vellosa
y por zamba perdió Juno.
A ésta desde el glorïoso
umbral de su primer lustro
niña la estimó el Amor
de los ojos que no tuvo.
Creció deidad, creció invidia
de un sexo y otro. ¿Qué mucho
que la fe erigiese aras
a quien la emulación culto?
Tantas veces de los templos
a sus posadas redujo
sin libertad los galanes
y las damas sin orgullo,
que viendo quien la vistió
(nueve meses que la trujo)
de terciopelo de tripa
su peligro en los concursos,
las reliquias de Tisbica
engastó en lo más recluso
de su retrete, negado
aun a los átomos puros.
¡O Píramo lo que hace,
joveneto ya robusto,
que sin alas podía ser
hijo de Venus segundo!
Narciso, no el de las flores
pompa, que vocal sepulcro
construyó a su boboncilla
en el valle más profundo,
sino un Adonis caldeo
ni jarifo, ni membrudo
que traía las orejas
en las jaulas de dos tufos.
Su copetazo pelusa,
si tafetán su testuzo;
sus mejillas mucho raso;
su bozo poco velludo.
Dos espadas eran negras
a lo dulcemente rufo
sus cejas, que las doblaron
dos estocadas de puño.
Al fin en Píramo quiso
encarnar Cupido un chuzo,
el mejor de su armería,
con la herramienta al uso.
Este, pues, era el vecino,
el amante y aun el cuyo
de la tórtola doncella
gemidora a lo vïudo:
que de las penas de amor
encarecimiento es sumo
escuchar ondas sediento
quien siente frutas ayuno.
Intimado el entredicho
de un ladrillo y otro duro,
llorando Píramo estaba
apartamientos conjuntos,
cuando fatal carabela
(émula, mas no del humo
en los corsos repetidos)
aferró puerto seguro;
familïar tapetada
que, aun a pesar de lo adusto,
alba fue, y Alba a quien debe
tantos solares anuncios.
Calificarle sus pasas
a fuer de Aurora propuso,
los Críticos me perdonen
si dijere con ligustros.
Abrazóle sobarcada
--y no de clavos malucos--
en nombre del azucena,
desmentidora del tufo,
siendo aforismo aguileño,
que matar basta a un difunto
cualquier olor de costado,
o sea morcillo o rucio.
Al estoraque de Congo
volvamos, Dios en ayuso,
a la que cuatro de a ocho
argentaron el pantuflo.
Avispa con libramiento
no voló como ella anduvo;
menos un torno responde
a los devotos impulsos,
que la mulata se gira
a los pensamientos mudos.
¡O destino inducidor
de lo que has de ser verdugo!
Un día que subió Tisbe,
humedeciendo discursos,
a enjugarlos en la cuerda
de un inquïeto columpio,
halló en el desván acaso
una rima que compuso
la pared sin ser poeta,
más clara que las de alguno.
Había la noche antes
soñado sus infortunios;
y, viendo el resquicio entonces,
-Esta es, dijo, no dudo;
ésta es, Píramo, la herida
que en aquel sueño importuno
abrió dos veces el mío
cuando una el pecho tuyo.
La fe que se debe a sueños
y a celestiales influjos
bien lo dice de mi aya
el incrédulo repulgo.
¿Lo que he visto a ojos cerrados
más auténtico presumo
que del amor que conozco
los favores que descubro?
Efecto improviso es,
no de los años diuturno,
sino de un niño en lo flaco
y de un dios en lo oportuno.
Pared que nació conmigo,
del amor sólo el estudio,
no la fuerza de la edad,
desatar sus piedras pudo.
Mas ¡ay! que taladró niño
lo que dilatara astuto;
que no poco daño a Troya
breve portillo introdujo.
La vista que nos dispensa
le desmienta el atributo
de ciego en la que le ata
ociosa venda el abuso.
Llegó en esto la morena,
los talares de Mercurio
calzada en la diligencia
de diez argentados puntos,
y, viendo extinguidos ya
sus poderes absolutos
por el hijo de la tapia,
que tendrá veces de Nuncio,
si distinguirse podía
la turbación de lo turbio,
su ejercicio ya frustrado
le dejó el ébano sucio.
Otorgó al fin el infausto
abocamiento futuro
y, citando la otra parte,
sus mismo autos repuso.
Con la pestaña de un lince
barrenando estaba el muro,
si no adormeciendo Argos
de la suegra substitutos,
cuando Píramo, citado,
telares rompiendo inmundos
que la émula de Palas
dio a los divinos insultos,
-Barco ya de vistas, dijo,
angosto no, sino augusto,
que, velas hecho tu lastre,
nadas más cuando más surto,
poco espacio me concedes;
mas basta, que a Palinuro
mucho mar le dejó ver
el primero breve surco.
Si a un leño conducidor
de la conquista o del hurto
de una piel fueron los dioses
remuneradores justos,
a un bajel que pisa inmóvil
un Mediterráneo enjuto
con los suspiros de un sol
bien le deberán coluros.
Tus bordes beso piloto,
ya que no tu quilla buzo,
si revocando mi voz,
favorecieses mi asunto.
Dando luego a sus deseos
el tiempo más oportuno,
frecuentaban el desván,
escuela ya de sus cursos.
Lirones siempre de Febo,
si de Dïana lechuzos,
se bebían las palabras
en el polvo del conducto.
¡Cuántas veces impaciente
metió el brazo, que no cupo,
el garzón, y lo atentado
le revocaron por nulo!
¡Cuántas el impedimento
acusaron de consuno,
al pozo que es de por medio,
si no se besan los cubos!
Orador Píramo entonces,
las armas jugó de Tulio,
que no hay áspid vigilante
a poderosos conjuros.
Amor, que los asistía,
el vergonzoso capullo
desnudó a la virgen rosa
que desprecia el tirio jugo.
Abrió su esplendor la boba
y a seguillo se dispuso:
¡trágica resolución,
digna de mayor coturno!
Medianoche era por filo
--hora que el farol nocturno,
reventando de muy casto,
campaba de muy sañudo--
cuando, tropezando Tisbe,
a la calle dio el pie zurdo,
de no pocos endechada
caniculares aúllos.
Dejó la ciudad de Nino
y, al salir, funesto buho
alcándara hizo umbrosa
un verdinegro aceituno.
Sus pasos dirigió donde
por la boca de dos brutos
tres o cuatro siglos ha
que está escupiendo Neptuno.
Cansada llegó a su margen,
a pesar del abril, mustio;
y, lagrimosa, la fuente
enronqueció su murmurio.
Olmo, que en jóvenes hojas
disimula años adultos,
de su vid florida entonces
en los más lascivos nudos,
un rayo sin escuderos
o de luz o de tumulto
le desvaneció la pompa
y el tálamo descompuso.
No fue nada: a cien lejías
dio ceniza. ¡O cielo injusto,
si tremendo en el castigo,
portentoso en el indulto!
La planta más convecina
quedó verde; el seco junco
ignoró aun lo más ardiente
del acelerado incurso.
Cintia caló el papahigo
a todo su plenilunio
de temores velloríes,
que ella dice que son nublos.
Tisbe entre pavores tantos
solicitando refugios,
a las ruïnas apela
de un edificio caduco.
Ejecutarlo quería
cuando la selva produjo
del egipcio o del tebano
un cleoneo trïunfo,
que en un prójimo cebado
(no sé si merino [o] burdo),
babeando sangre, hizo
el cristal líquido impuro.
Temerosa de la fiera
aun más que del estornudo
de Júpiter, puesto que
sobresalto fue machucho,
huye, perdiendo en la fuga
el manto: ¡fatal descuido
que protonecio hará
al señor Piramiburro!
A los estragos se acoge
de aquel antiguo reducto,
noble ya edificio, agora
jurisdicción de Vertumno.
Alondra no con la tierra
se cosió al menor barrunto
de esmerjón como la triste
con el tronco de un saúco.
Bebió la fiera, dejando
torpemente rubicundo
el cendal que fue de Tisbe,
y el bosque penetró inculto.
En esto llegó el tardón,
que la ronda le detuvo
sobre quitarle el que fue,
aun envainado, verdugo.----
Llegó, pisando cenizas
del lastimoso trasunto
de sus bodas, a la fuente,
al término constituto;
y, no hallando la moza,
entre ronco y tartamudo
se enjaguó con sus palabras,
regulador de minutos.
De su alma la mitad
cita a voces, mas sin fruto,
que socarrón se las niega
el eco más campanudo.
Troncos examina huecos,
mas no le ofrece ninguno
el panal que solicita
en aquellos senos rudos.
Madama Luna a este tiempo
a petición de Saturno
el velo corrió al melindre
y el papahigo depuso
para leer los testigos
del proceso ya concluso,
que publicar mandó el hado
cuál más, cuál menos perjuro:
las huellas cuadrupedales
del coronado avernucio,
que a esta sazón bramando,
tocó a vísperas de susto;
las espumas que la hierba
más sangrientas las expuso,
que el signo las babeó,
rugiente pompa de julio;
indignamente estragados
los pedazos mal difusos
del velo de su retablo,
que ya de sus duelos juzgo.
Violos y, al reconocerlos,
mármol obediente al duro
cincel de Lisipo, tanto
no ya desmintió lo esculto
como Píramo lo vivo,
pendiente en un pie a lo grullo,
sombra hecho de sí mismo,
con facultades de bulto.
Las señas repite falsas
del engaño a que le indujo
su fortuna, contra quien
ni lanza vale ni escudo.
Esparcidos imagina
por el fragoso arcabuco
(ebúrneos diré, o divinos?
Divinos digo y ebúrneos.)
los bellos miembros de Tisbe;
y aquí otra vez se traspuso,
fatigando a Praxiteles
sobre copiallo de estuco.
La Parca, en esto, las manos
en la rueca y en el huso,
como dicen, y los ojos
en el vital estatuto,
inexorable sonó
la dura tijera, a cuyo
mortal son Píramo, vuelto
del parasismo profundo,
el acero que Vulcano
templó en venenosos zumos,
eficazmente mortales
y mágicamente infusos,
valeroso desnudó
y no como el otro Mucio
asó entrépido la mano,
sino el asador tradujo
por el pecho a las espaldas.
¡O tantas veces insulso
cuantas vueltas a tu hierro
los siglos dieren futuros!
¿Tan mal te olía la vida?
¡Oh bien hi de puta, puto
el que sobre tu cabeza
pusiera un cuerno de juro!
De vïolas coronada
la Aurora salió con zuño,
cuando un gemido de a ocho
--aunque mal distinto el cuño--,
cual engañada avecilla
de cautivo contrapunto
a implicarse desalada
en la hermana del engrudo,
la llevó donde el cuitado
en su postrimero turno
desperdiciaba la sangre
que recibió por embudo.
Ofrécele su regazo
--y yo le ofrezco en su muslo
desplumadas las delicias
del pájaro de Catulo.
En cuanto boca con boca
confitándole disgustos
y heredándole aun los trastos
menos vitales estuvo,
expiró al fin en sus labios;
y ella, con semblante enjuto
que pudiera por sereno
acatarrar a un centurio
con todo su morrïon,
haciendo el alma trabuco
de un '¡ay!', se caló en la espada
aquella vez que le cupo.
Pródigo desató el hierro,
si crüel, un largo flujo
de rubíes de Ceilán
sobre esmeraldas de Muso.
Hermosa quedó la muerte
en los lilios amatuntos,
que salpicó dulce hielo,
que tiño palor venusto.
Lloraron con el Eufrates
no sólo el fiero Danubio,
el siempre Araxes flechero
--cuando parto y cuando turco--,
mas con su llanto lavaron
el Bucentoro dïurno,
cuando sale, el Ganges loro;
cuando vuelve, el Tajo rubio.
El blanco moral, de cuanto
humor se bebió purpúreo,
sabrosos granates fueron
o testimonio o tributo.
Sus muy reverendos padres,
arrastrando luengos lutos
con más colas que cometas,
con más pendientes que pulpos,
jaspes (y de más colores
que un áulico disimulo)
ocuparon en su huesa,
que el siro llama sepulcro;
aunque es tradición constante,
si los tiempos no confundo
(de cronólogos, me atengo
al que calzare más justo),
que ascendiente pío de aquel
desvanecido Nabuco,
que pació el campo medio hombre,
medio fiera y todo mulo,
en urna dejó decente
los nobles polvos inclusos,
que absolvieron de ser huesos
cinamomo y calambuco;
y en letras de oro: "Aquí yacen
individuamente juntos,
a pesar del amor, dos;
a pesar del número, uno."

Hermana Marica de Luis de Góngora

Hermana Marica,
mañana, que es fiesta,
no irás tú a la amiga
ni yo iré a la escuela.

Pondráste el corpiño,
y la saya buena,
cabezón labrado,
toca y albanega;

y a mí me pondrán
mi camisa nueva,
sayo de palmilla,
calza de estameña.

Y si hace bueno
traeré la montera,
que me dio la Pascua
mi señora agüela.

Y el estadal rojo,
con lo que le cuelga,
que trajo el vecino
cuando fue a la feria.

Iremos a misa,
veremos la iglesia,
darános un cuarto,
mi tía la ollera.

Compraremos dél
(que nadie lo sepa)
chochos y garbanzos
para la merienda.

Y en la tardecica
en nuestra plazuela,
jugaré yo al toro
y tú a las muñecas,

con las dos hermanas
Juana y Madalena,
y las dos primillas
Marica y la Tuerta.

Y si quiere madre
dar las castañetas,
podrás tanto dello
bailar en la puerta.

Y al son del adufe
cantará Andregüela:
«No me aprovecharon,
madre, las yerbas.»

Y yo de papel
haré una librea,
teñida de moras,
porque bien parezca.

Y una caperuza
con muchas almenas;
pondré por penacho
las dos plumas negras

del rabo del gallo
que acullá en la huerta
anaranjeamos
las Carnestolendas.

Y en la caña larga
pondré una bandera,
con dos borlas blancas
en sus tranzaderas.

Y en mi caballito
pondré una cabeza
de guadamecí,
dos hilos por riendas.

Y entraré en la calle
haciendo corvetas
yo y otros del barrio,
que son más de treinta.

Jugaremos cañas
junto a la plazuela
porque Barbolilla
salga acá y nos vea.

Barbola, la hija
de la panadera,
la que suele darme
tortas con manteca.

Porque algunas veces
hacemos, yo y ella,
las bellaquerías
detrás de la puerta.

La más bella niña de Luis de Góngora

bella mujer y el mar
La más bella niña
de nuestro lugar,
hoy viuda y sola
y ayer por casar,
viendo que sus ojos
a la guerra van,
a su madre dice
que escucha su mal:
Dexadme llorar,
orillas del mar.

Pues me distes, madre,
en tan tierna edad
tan corto el placer,
tan largo el penar,
y me cautivastes
de quien hoy de va
y lleva las llaves
de mi libertad.
Dexadme llorar,
orillas del mar.

En llorar conviertan
mis ojos de hoy más
el sabroso oficio
del dulce mirar,
pues que no se pueden
mejor ocurpar
yendose a la guerra
quien era mi paz.
Dexadme llorar,
orillas del mar.

No me pongáis freno
ni queráis culpar,
que lo uno es justo,
lo otro por demás.
Si me queréis bien
no me hagáis mal;
harto peor fue
morir y callar.
Dexadme llorar,
orillas del mar.

Dulce madre mía,
¿quién no llorará,
aunque tenga el pecho
como un pedernal,
y no dará voces
viendo marchitar
los más verdes años
de mi mocedad?
Dexadme llorar,
orillas del mar.

Váyanse las noche,
pues ido se han
los ojos que hacían
los míos velar;
váyanse, y no vean
tanta soledad
después que en mi lecho
sobra la mitad.
Dexadme llorar,
orillas del mar.

Por una negra señora de Luis de Góngora

Por una negra señora
un negro galán doliente
negras lágrimas derrama
de un negro pecho que tiene.

Hablóla un negra noche,
y tan negra que parece
que de su negra pasión
el negro luto le viene.

Lleva una negra guitarra,
negras las cuerdas que tiene,
negras también las clavijas,
pues negro es el que las tuerce.

--"Negras pascuas me dé Dios,
si más megros no me tienen
los negros amores tuyos
que el negro color de allende.

Un negro favor te pido,
si negros favores vendes,
y sí con negros favores
un negro pagarse debe."

La negra señora entonces,
entafada del negrete,
con estas negras razones
al galán negro entristece:

--"Vaya muy en hora negra
el negro que tal pretende,
que para galanes negros
se hicieron negros desdenes."

El negro señor entonces,
no queriendo ennegrecerse
más de lo negro, quitóse
el negro sombrero y fuese.

Servía en Orán al rey de Luis de Góngora y Argote

mujer y su caballero
Servía en Orán al rey
Un español con dos lanzas,
y con el alma y la vida
a una gallarda africana,
tan noble como hermosa,
tan amante como amada,
con quien estaba una noche
cuando tocaron al arma.
Trescientos Zenetes eran
deste rebato la causa;
que los rayos de la luna
descubrieron las adargas;
las adargas avisaron
a las mudas atalayas
las atalayas los fuegos
los fuegos y las campanas;
y ellas al enamorado,
que en los brazos de su dama
oyó el militar estruendo
de las trompas y las cajas
Espuelas de honor le pican
y freno de amor le para;
no salir es cobardía
ingratitud es dejalla
Del cuello pendiente ella,
viéndole tomar la espada,
con lágrimas y suspiros
le dice aquestas palabras:
"Salid al campo señor,
bañen mis ojos la cama,
que ella me será también,
sin vos, campo de batalla
"Vestíos y salid apriesa,
que el general os aguarda;
yo os hago a mucha sobra
y vos a él mucha falta
"Bien podéis salir desnudo,
pues mi llanto no os ablanda;
que tenéis de acero el pecho
y no habeis menester armas
Viendo el español brioso
cuánto le detiene y habla,
le dice así: "Mi señora
tan dulce como enojada,
porque con honra y amor
yo me quede cumpla y vaya;
vaya a los moros el cuerpo,
y quede con vos el alma.
"Concededme dueña mía,
licencia para que salga
al rebato en vuestro nombre,
y en vuestro nombre combata.

A un caballero que, estando con una dama, no pudo cumplir sus deseos de Luis de Góngora y Argote

Con Marfisa en la estacada
entrasteis tan mal guarnido
que su escudo, aunque hendido,
no lo rajó vuestra espada.
¿Qué mucho?, si levantada
no se vio en trance tan crudo,
ni vuestra vergüenza pudo
cuatro lágrimas llorar,
siquiera para dejar
de orín tomado el escudo.

A un perrillo que se le murió a una dama estando ausente de su marido de Luis de Góngora y Argote

Yace aquí, Flor, un perrillo
que fue en un catarro grave
de ausencia, sin ser jarabe,
lamedor de culantrillo.
Saldrá un clavel a decillo
la primavera, que Amor,
natural legislador,
medicinal hace ley,
si en hierba hay lengua de buey,
que la haya de perro en flor.

Con la estafeta pasada de Luis de Góngora

Con la estafeta pasada
me dio aviso un gentilombre
de que asombraís con mi nombre
y que mataís con mi espada;

Vivís, señora, engañada;
que el amor que os he propuesto
no es hijo de Marte en esto;
antes es de él tan distinto,
que si me hablaís en el quinto
no os he de hablar en el sexto

De mi sastre en el hurtar de Luis de Góngora

el sastre
De mi sastre en el hurtar
la mano es tan singular,
que si cae la tela en ella
cuando la empieza a doblar,
ya puedo doblar por ella

Y cuando pasa a trazar
la tela ya referida
no hay como verle sacar
la medida para hurtar,
cuando él hurta sin medida

Ya no más, ceguezuelo hermano, de Luis de Góngora

cupido flechador
Ya no más, ceguezuelo hermano,
Ya no más.

Baste lo flechado, Amor,
Más munición no se pierda;
Afloja al arco la cuerda
Y la causa a mi dolor;
Que en mi pecho tu rigor
Escriben las plumas juntas,
Y en las espaldas las puntas
Dicen que muerto me has.

Ya no más, ceguezuelo hermano,
Ya no más.

Para el que a sombras de un robre
Sus rústicos años gasta,
El segundo tiro basta,
Cuando el primero no sobre;
Basta para un zagal pobre
La punta de un alfiler;
Para Bras no es menester
Lo que para Fierabrás.

Ya no más, ceguezuelo hermano,
Ya no más.

Tan asaeteado estoy,
Que me pueden defender
Las que me tiraste ayer
De las que me tiras hoy;
Si ya tu aljaba no soy,
Bien a mal tus armas echas,
Pues a ti te faltan flechas
Y a mí donde quepan más.

Ya no más, ceguezuelo hermano,
Ya no más.

"Que pida a un galán Minguilla" de Luis de Góngora

Que pida a un galán Minguilla
Cinco puntos de jervilla,
Bien puede ser;
Mas que calzando diez Menga,
Quiera que justo le venga,
No puede ser.

Que se case un don Pelote
Con una dama sin dote,
Bien puede ser;
Mas que no dé algunos días
Por un pan las damerías,
No puede ser.

Que la viuda en el sermón
Dé mil suspiros sin son,
Bien puede ser;
Mas que no los dé, a mi cuenta,
Porque sepan dó se sienta,
No puede ser.

Que esté la bella casada
Bien vestida y mal celada,
Bien puede ser;
Mas que el bueno del marido
No sepa quién dio el vestido,
No puede ser.

Que anochezca cano el viejo,
Y que amanezca bermejo,
Bien puede ser;
Mas que a creer nos estreche
Que es milagro y no escabeche
No puede ser.

Que se precie un don Pelón
Que se comió un perdigón,
Bien puede ser;
Mas que la biznaga honrada
No diga que fue ensalada,
No puede ser.

Que olvide a la hija el padre
De buscarle quien le cuadre,
Bien puede ser;
Mas que se pase el invierno
Sin que ella le busque yerno,
No puede ser.

Que la del color quebrado
Culpe al barro colorado,
Bien puede ser;
Mas que no entendamos todos
Que aquestos barros son lodos,
No puede ser.

Que por parir mil loquillas
Enciendan mil candelillas,
Bien puede ser;
Mas que, público o secreto,
No haga algún cirio efeto,
No puede ser.

Que sea el otro Letrado
Por Salamanca aprobado,
Bien puede ser;
Mas que traiga buenos guantes
Sin que acudan pleiteantes,
No puede ser.

Que sea médico más grave
quien más aforismos sabe,
Bien puede ser;
mas que no sea más experto
el que más hubiere muerto,
No puede ser.

Que acuda a tiempo un galán
con un dicho y un refrán,
Bien puede ser;
mas que entendamos por eso
que en Floresta no está impreso,
No puede ser.

Que oiga Menga una canción
Con piedad y atención,
Bien puede ser;
Mas que no sea más piadosa
A dos escudos en prosa,
No puede ser.

Que sea el Padre Presentado
Predicador afamado,
Bien puede ser;
Mas que muchos puntos buenos
No sean estudios ajenos,
No puede ser.

Que una guitarrilla pueda
Mucho, después de la queda,
Bien puede ser;
Mas que no sea necedad
Despertar la vecindad,
No puede ser.

Que el mochilero o soldado
Deje su tercio embarcado,
Bien puede ser;
Mas que le crean de la guerra
Porque entró roto en su tierra,
No puede ser.

Que se emplee el que es discreto
En hacer un buen soneto,
Bien puede ser;
Mas que un menguado no sea
El que en hacer dos se emplea,
No puede ser.

Que quiera una dama esquiva
Lengua muerta y bolsa viva,
Bien puede ser;
Mas que halle, sin dar puerta,
Bolsa viva y lengua muerta,
No puede ser.

Que el confeso al caballero
Socorra con su dinero,
Bien puede ser;
Mas que le dé, porque presta,
Lado el día de la fiesta,
No puede ser.

Que junte un rico avariento
Los doblones ciento a ciento,
Bien puede ser;
Mas que el sucesor gentil
No los gaste mil a mil,
No puede ser.

Que se pasee Narciso
Con un cuello en paraíso,
Bien puede ser;
Más que no sea notorio
Que anda el cuerpo en purgatorio,
No puede ser.

Ande yo caliente de Luis de Góngora

Ande yo caliente,
y ríase la gente.

Traten otros del gobierno
del mundo y sus monarquías,
mientras gobiernan mis días
mantequillas y pan tierno,
y las mañana de invierno
naranjada y aguardiente,

y ríase la gente.

Coma en dorada vajilla
el príncipe mil cuidados
como píldoras dorados,
que yo en mi pobre mesilla
quiero más una morcilla
que en el asador reviente,

y ríase la gente.

Cuando cubra las montañas
de plata y nieve el enero,
tenga yo lleno el brasero
de bellotas y castañas,
y quien las dulces patrañas
del rey que rabió me cuente,

y ríase la gente.

Busque muy en hora buena
el mercader nuevos soles;
yo conchas y caracoles
entre la menuda arena,
escuchando a Filomena
sobre el chopo de la fuente,

y ríase la gente.

Pase a media noche el mar
y arda en amorosa llama
Leandro por ver su dama;
que yo más quiero pasar
de Yepes a Madrigar
la regalada corriente,

y ríase la gente.

Pues Amor es tan cruel,
que de Píramo y su amada
hace tálamo una espada,
do se junten ella y él,
sea mi Tisbe un pastel,
y la espada sea mi diente,

y ríase la gente.

Dineros son calidad de Luis de Góngora y Argote

dineros monedas de oro
Dineros son calidad,
¡verdad!
Más ama quien más suspira,
¡mentira!

Cruzados hacen cruzados,
escudos pintan escudos,
y tahures, muy desnudos,
condados ganan Condados;
ducados dejan Ducados,
y coronas Majestad:
¡verdad!

Pensar que uno solo es dueño
de puerta de muchas llaves,
y afirmar que penas graves
las paga un mirar risueño,
y entender que no son sueño
las promesas de Marfira:
¡mentira!

Todo se vende este día,
todo el dinero lo iguala:
la Corte vende su gala,
la guerra su valentía;
hasta la sabiduría
vende la Universidad:
¡verdad!

En Valencia muy preñada
y muy doncella en Madrid,
cebolla en Valladolid
y en Toledo mermelada,
Puerta de Elvira en Granada
y en Sevilla doña Elvira:
¡mentira!

No hay persona que hablar deje
al necesitado en plaza;
todo el mundo le es mordaza
aunque él por señas se queje;
que tiene cara de hereje,
y aun fe la necesidad:
¡verdad!

Siendo como un algodón,
nos jura que es como un hueso,
y quiere probarnos eso
con que es su cuello almidón,
goma su copete, y son
sus bigotes alquitira:
¡mentira!

Cualquiera que pleitos trata,
aunque sean sin razón,
deje el río Marañón,
y entre el río de la Plata,
que hallará corriente grata
y puerto de claridad:
¡verdad!

Siembra en una artesa berros
la madre, y sus hijas todas
son perras de muchas bodas
y bodas de muchos perros;
y sus yernos rompen hierros
en la toma de Algecira;
¡mentira!

¿Qué lleva el señor Esgueva? de Luis de Góngora y Argote

¿Qué lleva el señor Esgueva?
Yo os diré lo que lleva.

Lleva este río crecido,
Y llevará cada día
Las cosas que por la vía
De la cámara han salido,
Y cuanto se ha proveído
Según leyes de Digesto,
Por jüeces que, antes desto,
Lo recibieron a prueba.

¿Qué lleva el señor Esgueva?
Yo os diré lo que lleva.

Lleva el cristal que le envía
Una dama y otra dama,
Digo el cristal que derrama
La fuente de mediodía,
Y lo que da la otra vía,
Sea pebete o sea topacio;
Que al fin damas de Palacio
Son ángeles hijos de Eva.

¿Qué lleva el señor Esgueva?
Yo os diré lo que lleva.

Lleva lágrimas cansadas
De cansados amadores,
Que, de puro servidores,
Son de tres ojos lloradas;
De aquél, digo, acrecentadas
Que una nube le da enojo,
Porque no hay nube deste ojo
Que no truene y que no llueva.

¿Qué lleva el señor Esgueva?
Yo os diré lo que lleva.

Lleva pescado de mar,
Aunque no muy de provecho,
Que, salido del estrecho,
Va a Pisuerga a desovar;
Si antes era calamar
O si antes era salmón,
Se convierte en camarón
Luego que en el río se ceba.

¿Qué lleva el señor Esgueva?
Yo os diré lo que lleva.

Lleva, no patos reales
Ni otro pájaro marino,
Sino el noble palomino
Nacido en nobles pañales;
Colmenas lleva y panales,
Que el río les da posada;
La colmena es vidriada
Y el panal es cera nueva.

¿Qué lleva el señor Esgueva?
Yo os diré lo que lleva.

Lleva, sin tener su orilla
Árbol ni verde ni fresco,
Fruta que es toda de cuesco,
Y, de madura, amarilla;
Hácese de ella en Castilla
Conserva en cualquiera casa,
Y tanta ciruela pasa,
Que no hay quien sin ella beba.

¿Qué lleva el señor Esgueva?
Yo os diré lo que lleva.

Soledades (al Duque de Béjar) - Luis de Góngora

Pasos de un peregrino son, errante,
Cuantos me dictó versos dulce Musa
En soledad confusa,
Perdidos unos, otros inspirados.

¡O tú que de venablos impedido
—Muros de abeto, almenas de diamante—,
Bates los montes que de nieve armados
Gigantes de cristal los teme el cielo,
Donde el cuerno, del eco repetido,
Fieras te expone, que — al teñido suelo,
Muertas, pidiendo términos disformes—
Espumoso coral le dan al Tormes!:

Arrima a un frexno el frexno, cuyo acero,
Sangre sudando, en tiempo hará breve
Purpurear la nieve;
Y, en cuanto da el solícito montero,
Al duro robre, al pino levantado
—Émulos vividores de las peñas—
Las formidables señas
Del oso que aun besaba, atravesado,
La asta de tu luciente jabalina,
—O lo sagrado supla de la encina
Lo Augusto del dosel, o de la fuente
La alta cenefa, lo majestuoso
Del sitïal a tu Deidad debido—,
¡O Duque esclarecido!
Templa en sus ondas tu fatiga ardiente,
Y, entregados tus miembros al reposo
Sobre el de grama césped, no desnudo,
Déjate un rato hallar del pie acertado
Que sus errantes pasos ha votado
A la real cadena de tu escudo.

Honre suave, generoso nudo,
Libertad, de Fortuna perseguida;
Que, a tu piedad Euterpe agradecida,
Su canoro dará dulce instrumento,
Cuando la Fama no su trompa al viento.

Soledad Primera de Luis de Góngora

Era del año la estación florida
En que el mentido robador de Europa
—Media luna las armas de su frente,
Y el Sol todo los rayos de su pelo—,
Luciente honor del cielo,
En campos de zafiro pace estrellas,
Cuando el que ministrar podía la copa
A Júpiter mejor que el garzón de Ida,
—Náufrago y desdeñado, sobre ausente—,
Lagrimosas de amor dulces querellas
Da al mar; que condolido,
Fue a las ondas, fue al viento
El mísero gemido,
Segundo de Arïón dulce instrumento.

Del siempre en la montaña opuesto pino
Al enemigo Noto
Piadoso miembro roto
—Breve tabla— delfín no fue pequeño
Al inconsiderado peregrino
Que a una Libia de ondas su camino
Fió, y su vida a un leño.
Del Océano, pues, antes sorbido,
Y luego vomitado
No lejos de un escollo coronado
De secos juncos, de calientes plumas
—Alga todo y espumas—
Halló hospitalidad donde halló nido
De Júplter el ave.

Besa la arena, y de la rota nave
Aquella parte poca
Que le expuso en la playa dio a la roca;
Que aun se dejan las peñas
Lisonjear de agradecidas señas.

Desnudo el joven, cuanto ya el vestido
Océano ha bebido
Restituir le hace a las arenas;
Y al Sol le extiende luego,
Que, lamiéndole apenas
Su dulce lengua de templado fuego,
Lento lo embiste, y con suave estilo
La menor onda chupa al menor hilo.

No bien, pues, de su luz los horizontes
—Que hacían desigual, confusamente,
Montes de agua y piélagos de montes—
Desdorados los siente,
Cuando —entregado el mísero extranjero
En lo que ya del mar redimió fiero—
Entre espinas crepúsculos pisando,
Riscos que aun igualara mal, volando,
Veloz, intrépida ala,
—Menos cansado que confuso— escala.

Vencida al fin la cumbre
—Del mar siempre sonante,
De la muda campaña
Árbitro igual e inexpugnable muro—,
Con pie ya más seguro
Declina al vacilante
Breve esplendor de mal distinta lumbre:
Farol de una cabaña
Que sobre el ferro está, en aquel incierto
Golfo de sombras anunciando el puerto.

«Rayos —les dice— ya que no de Leda
Trémulos hijos, sed de mi fortuna
Término luminoso.» Y —recelando
De invidïosa bárbara arboleda
Interposición, cuando
De vientos no conjuración alguna—
Cual, haciendo el villano
La fragosa montaña fácil llano,
Atento sigue aquella
—Aun a pesar de las tinieblas bella,
Aun a pesar de las estrellas clara—
Piedra, indigna tïara
—Si tradición apócrifa no miente—
De animal tenebroso cuya frente
Carro es brillante de nocturno día:
Tal, diligente, el paso
El joven apresura,
Midiendo la espesura
Con igual pie que el raso,
Fijo —a despecho de la niebla fría—
En el carbunclo, Norte de su aguja,
O el Austro brame o la arboleda cruja.

El can ya, vigilante,
Convoca, despidiendo al caminante;
Y la que desviada
Luz poca pareció, tanta es vecina,
Que yace en ella la robusta encina,
Mariposa en cenizas desatada.

Llegó, pues, el mancebo, y saludado,
Sin ambición, sin pompa de palabras,
De los conducidores fue de cabras,
Que a Vulcano tenían coronado.

«¡Oh bienaventurado
Albergue a cualquier hora,
Templo de Pales, alquería de Flora!
No moderno artificio
Borró designios, bosquejó modelos,
Al cóncavo ajustando de los cielos
El sublime edificio;
Retamas sobre robre
Tu fábrica son pobre,
Do guarda, en vez de acero,
La inocencia al cabrero
Más que el silbo al ganado.
¡Oh bienaventurado
Albergue a cualquier hora!

»No en ti la ambición mora
Hidrópica de viento,
Ni la que su alimento
El áspid es gitano;
No la que, en bulto comenzando humano,
Acaba en mortal fiera,
Esfinge bachillera,
Que hace hoy a Narciso
Ecos solicitar, desdeñar fuentes;
Ni la que en salvas gasta impertinentes
La pólvora del tiempo más preciso:
Ceremonia profana
Que la sinceridad burla villana
Sobre el corvo cayado.
¡Oh bienaventurado
Albergue a cualquier hora!

»Tus umbrales ignora
La adulación, Sirena
De reales palacios, cuya arena
Besó ya tanto leño:
Trofeos dulces de un canoro sueño,
No a la soberbia está aquí la mentira
Dorándole los pies, en cuanto gira
La esfera de sus plumas,
Ni de los rayos baja a las espumas
Favor de cera alado.
¡Oh bienaventurado
Albergue a cualquier hora!»

No, pues, de aquella sierra —engendradora
Más de fierezas que de cortesía—
La gente parecía
Que hospedó al forastero
Con pecho igual de aquel candor primero,
Que, en las selvas contento,
Tienda el fresno le dio, el robre alimento.

Limpio sayal en vez de blanco lino
Cubrió el cuadrado pino;
Y en boj, aunque rebelde, a quien el torno
Forma elegante dio sin culto adorno,
Leche que exprimir vio la Alba aquel día
—Mientras perdían con ella
Los blancos lilios de su frente bella—,
Gruesa le dan y fría,
Impenetrable casi a la cuchara,
Del viejo Alcimedón invención rara.

El que de cabras fue dos veces ciento
Esposo casi un lustro —cuyo diente
No perdonó a racimo aun en la frente
De Baco, cuanto más en su sarmiento,
Triunfador siempre de celosas lides,
Le coronó el Amor; mas rival tierno,
Breve de barba y duro no de cuerno,
Redimió con su muerte tantas vides—;
Servido ya en cecina,
Purpúreos hilos es de grana fina.

Sobre corchos después, más regalado
Sueño le solicitan pieles blandas
Que al Príncipe entre Holandas
Púrpura Tiria o Milanés brocado.
No de humosos vinos agravado
Es Sísifo en la cuesta, si en la cumbre
De ponderosa vana pesadumbre
Es, cuanto más despierto, más burlado.
De trompa militar no, o destemplado
Son de cajas, fue el sueño interrumpido;
De can sí, embravecido
Contra la seca hoja
Que el viento repeló a alguna coscoja.

Durmió, y recuerda al fin cuando las aves
—Esquilas dulces de sonora pluma
Señas dieron suaves
Del Alba al Sol, que el pabellón de espuma
Dejó, y en su carroza
Rayó el verde obelisco de la choza.

Agradecido, pues, el peregrino,
Deja el albergue y sale acompañado
De quien lo lleva donde, levantado,
Distante pocos pasos del camino,
Imperïoso mira la campaña
Un escollo, apacible galería,
Que festivo teatro fue algún día
De cuantos pisan, Faunos, la montaña.
Llegó, y a vista tanta
Obedeciendo la dudosa planta,
Inmóvil se quedó sobre un lentisco,
Verde balcón del agradable risco.

Si mucho poco mapa le despliega,
Mucho es más lo que, nieblas desatando,
Confunde el Sol y la distancia niega.

Soledad Segunda de Luis de Góngora

Éntrase el mar por un arroyo breve
Que a recibillo con sediento paso
De su roca natal se precipita,
Y mucha sal no sólo en poco vaso,
Mas en su ruina bebe,
Y a su fin, cristalina mariposa
—No alada, sino undosa—,
En el farol de Tetis solicita.

Muros desmantelando, pues, de arena,
Centauro ya espumoso el océano
—Medio mar, medio ría—
Dos veces huella la campaña al día,
Escalar pretendiendo el monte en vano,
De quien es dulce vena
El tarde ya torrente
Arrepentido, y aun retrocedente.

Eral lozano así novillo tierno,
De bien nacido cuerno
Mal lunada la frente,
Retrógrado cedió en desigual lucha
A duro toro, aun contra el viento armado:
No, pues, de otra manera
A la violencia mucha
Del padre de las aguas, coronado
De blancas ovas y de espuma verde,
Resiste obedeciendo, y tierra pierde.

En la incierta ribera
—Guarnición desigual a tanto espejo—,
Descubrió la alba a nuestro peregrino
Con todo el villanaje ultramarino,
Que a la fiesta nupcial, de verde tejo
Toldado, ya capaz tradujo pino.

Los escollos el sol rayaba, cuando
Con remos gemidores,
Dos pobres, se aparecen, pescadores,
Nudos al mar, de cáñamo, fiando.
Ruiseñor en los bosques no más blando,
El verde robre que es barquillo ahora,
Saludar vio la Aurora,
Que al uno en dulces quejas —y no pocas—
Ondas endurecer, liquidar rocas.

Señas mudas la dulce voz doliente
Permitió solamente
A la turba, que dar quisiera voces
A la que de un ancón segunda haya
—Cristal pisando azul con pies veloces—
Salió improvisa, de una y de otra playa
Vínculo desatado, inestable puente.

La prora diligente
No sólo dirigió a la opuesta orilla,
Mas redujo la música barquilla,
Que en dos cuernos del mar caló no breves
Sus plomos graves y sus corchos leves.
Los senos ocupó del mayor leño
La marítima tropa,
Usando al entrar todos
Cuantos les enseñó corteses modos
En la lengua del agua ruda escuela,
Con nuestro forastero, que la popa
Del canoro escogió bajel pequeño.

Aquél, las ondas escarchando, vuela;
Éste, con perezoso movimiento,
El mar encuentra, cuya espuma cana
Su parda aguda prora
Resplandeciente cuello
Hace de augusta Colla peruana
A quien hilos el Sur tributó ciento
De perlas cada hora.
Lágrimas no enjugó más de la aurora
Sobre vïolas negras la mañana,
Que arrolló su espolón con pompa vana
Caduco aljófar, pero aljófar bello.
Dando el huésped licencia para ello,
Recurren no a las redes que, mayores,
Mucho océano y pocas aguas prenden,
Sino a las que ambiciosas menos penden,
Laberinto nudoso de marino.
Dédalo, si de leño no, de lino,
Fábrica escrupulosa, y aunque incierta,
Siempre murada, pero siempre abierta.

Liberalmente de los pescadores
Al deseo el estero corresponde,
Sin valelle al lascivo ostión el justo
Arnés de hueso, donde
Lisonja breve al gusto
—Mas incentiva— esconde:
Contagio original quizá de aquella
Que, siempre hija bella
De los cristales, una
Venera fue su cuna.

Mallas visten de cáñamo al lenguado,
Mientras, en su piel lúbrica fiado,
El congrio, que viscosamente liso
Las telas burlar quiso,
Tejido en ellas se quedó burlado.

Las redes califica menos gruesas,
Sin romper hilo alguno,
Pompa el salmón de las reales mesas,
Cuando no de los campos de Neptuno,
Y el travieso robalo,
Guloso, de los cónsules, regalo.

Éstos y muchos más, unos desnudos,
Otros de escamas fáciles armados,
Dio la ría pescados,
Que, nadando en un piélago de nudos,
No agravan poco el negligente robre,
Espacïosamente dirigido
Al bienaventurado albergue pobre,
Que, de carrizos frágiles tejido,
Si fabricado no de gruesas cañas,
Bóvedas lo coronan de espadañas.

El peregrino, pues, haciendo en tanto
Instrumento el bajel, cuerdas los remos,
Al céfiro encomienda los extremos
Deste métrico llanto:

«Si de aire articulado
No son dolientes lágrimas suaves
Estas mis quejas graves,
Voces de sangre, y sangre son del alma.
Fíelas de tu calma
¡Oh mar! quien otra vez las ha fiado
De su fortuna aun más que de su hado.

»¡Oh mar, oh tú, supremo
Moderador piadoso de mis daños!
Tuyos serán mis años,
En tabla redimidos poco fuerte
De la bebida muerte,
Que ser quiso, en aquel peligro extremo,
Ella el forzado y su guadaña el remo.

»Regiones pise ajenas,
O clima propio, planta mía perdida,
Tuya será mi vida,
Si vida me ha dejado que sea tuya
Quien me fuerza a que huya
De su prisión, dejando mis cadenas
Rastro en tus ondas más que en tus arenas.

»Audaz mi pensamiento
El cénit escaló, plumas vestido
Cuyo vuelo atrevido
—Si no ha dado su nombre a tus espumas—
De sus vestidas plumas
Conservarán el desvanecimiento
Los anales diáfanos del viento

»Esta, pues, culpa mía
El timón alternar menos seguro
Y el báculo más duro
Un lustro ha hecho a mi dudosa mano,
Solicitando en vano
Las alas sepultar de mi osadía
Donde el Sol nace o donde muere el día.

»Muera, enemiga amada,
Muera mi culpa, y tu desdén le guarde,
Arrepentido tarde,
Suspiro que mi muerte haga leda,
Cuando no le suceda,
O por breve o por tibia o por cansada,
Lágrima antes enjuta que llorada.

»Naufragio ya segundo,
O filos pongan de homicida hierro
Fin duro a mi destierro;
Tan generosa fe, no fácil onda,
No poca tierra esconda:
Urna suya el océano profundo,
Y obeliscos los montes sean del mundo.

»Túmulo tanto debe
Agradecido Amor a mi pie errante;
Líquido, pues, diamante
Calle mis huesos, y elevada cima
Selle sí, mas no oprima,
Esta que le fiaré ceniza breve,
Si hay ondas mudas y si hay tierra leve».

No es sordo el mar: la erudición engaña.
Bien que tal vez sañudo
No oya al piloto, o le responda fiero,
Sereno disimula más orejas
Que sembró dulces quejas
—Canoro labrador— el forastero
En su undosa campaña.

Espongïoso, pues, se bebió y mudo
El lagrimoso reconocimiento,
De cuyos dulces números no poca
Concentuosa suma
En los dos giros de invisible pluma
Que fingen sus dos alas hurtó el viento;
Eco —vestida una cavada roca—
Solicitó curiosa y guardó avara
La más dulce —si no la menos clara—
Sílaba, siendo en tanto
La vista de las chozas fin del canto.

Yace en el mar, si no continuada
Isla, mal de la tierra dividida,
Cuya forma tortuga es perezosa:
Díganlo cuantos siglos ha que nada
Sin besar de la playa espacïosa
La arena, de las ondas repetida.

A pesar, pues, del agua que la oculta,
Concha, si mucha no, capaz ostenta
De albergues, donde la humildad contenta
Mora, y Pomona se venera culta.

Dos son las chozas, pobre su artificio
Más aún que caduca su materia:
De los mancebos dos, la mayor, cuna;
De las redes la otra y su ejercicio,
Competente oficina.
Lo que agradable más se determina
Del breve islote, ocupa su fortuna,
Los extremos de fausto y de miseria
Moderando. En la plancha los recibe
El padre de los dos, émulo cano
Del sagrado Nereo, no ya tanto
Porque a la par de los escollos vive,
Porque en el mar preside comarcano
Al ejercicio piscatorio, cuanto
Por seis hijas, por seis deidades bellas,
Del cielo espumas y del mar estrellas.
Acogió al huésped con urbano estilo,
Y a su voz, que los juncos obedecen,
Tres hijas suyas cándidas le ofrecen,
Que engaños construyendo están de hilo.
El huerto le da esotras, a quien debe
Si púrpura la rosa, el lilio nieve,
De jardín culto así en fingida gruta,
Salteó al labrador pluvia improvisa
De cristales inciertos, a la seña,
O a la que torció, llave, el fontanero:
Urna de Acuario, la imitada peña
Le embiste incauto, y si con pie grosero
Para la fuga apela, nubes pisa,
Burlándolo aun la parte más enjuta.

La vista saltearon poco menos
Del huésped admirado
Las no líquidas perlas que, al momento,
A los corteses juncos —por que el viento
Nudos les halle un día, bien que ajenos—
El cáñamo remiten, anudado.
Y de Vertumno al término labrado
El breve hierro, cuyo corvo diente
Las plantas le mordía cultamente.

Ponderador saluda afectuoso
Del esplendor que admira el extranjero
Al Sol, en seis luceros dividido;
Y —honestamente al fin correspondido
Del coro vergonzoso—
Al viejo sigue, que prudente ordena
Los términos confunda de la cena
La comida prolija de pescados,
Raros muchos, y todos no comprados,
Impidiéndole el día al forastero,
Con dilaciones sordas le divierte
Entre unos verdes carrizales, donde
Armonïoso número se esconde
De blancos cisnes, de la misma suerte
Que gallinas domésticas al grano,
A la voz concurrientes del anciano.

En la más seca, en la más limpia anea
Vivificando están muchos sus huevos,
Y mientras dulce aquél su muerte anuncia
Entre la verde juncia,
Sus pollos éste al mar conduce nuevos,
De Espío y de Nerea
—Cuando más oscurecen las espumas—
Nevada invidia, sus nevadas plumas.

Ilustre y hermosísima María de Luis de Góngora

bellisima mujer en el espejo
Ilustre y hermosísima María,
Mientras se dejan ver a cualquier hora
En tus mejillas la rosada aurora,
Febo en tus ojos, y en tu frente el día,

Y mientras con gentil descortesía
Mueve el viento la hebra voladora
Que la Arabia en sus venas atesora
Y el rico Tajo en sus arenas cría;

Antes que de la edad Febo eclipsado,
Y el claro día vuelto en noche obscura,
Huya la aurora del mortal nublado;

Antes que lo que hoy es rubio tesoro
Venza a la blanca nieve su blancura,
Goza, goza el color, la luz, el oro.

Fábula de Polifemo y Galatea de Luis de Góngora y Argote

musa del teatro Thaliamusa Thalía

(Al Conde de Niebla)


Estas que me dictó, rimas sonoras,
Culta sí aunque bucólica Talía,
Oh excelso Conde, en las purpúreas horas
Que es rosas la alba y rosicler el día,
Ahora que de luz tu niebla doras,
Escucha, al son de la zampoña mía,
Si ya los muros no te ven de Huelva
Peinar el viento, fatigar la selva.
Templado pula en la maestra mano
El generoso pájaro su pluma,
O tan mudo en la alcándara, que en vano
Aun desmentir el cascabel presuma;
Tascando haga el freno de oro cano
Del caballo andaluz la ociosa espuma;
Gima el lebrel en el cordón de seda,
Y al cuerno al fin la cítara suceda.
Treguas al ejercicio sean robusto,
Ocio atento, silencio dulce, en cuanto
Debajo escuchas de dosel augusto
Del músico jayán el fiero canto.
Alterna con las Musas hoy el gusto,
Que si la mía puede ofrecer tanto
Clarín -y de la Fama no segundo-,
Tu nombre oirán los términos del mundo.


I

Donde espumoso el mar siciliano
El pie argenta de plata al Lilibeo,
Bóveda o de las fraguas de Vulcano
O tumba de los huesos de Tifeo,
Pálidas señas cenizoso un llano,
Cuando no del sacrílego deseo,
Del duro oficio da. Allí una alta roca
Mordaza es a una gruta de su boca.
Guarnición tosca de este escollo duro
Troncos robustos son, a cuya greña
Menos luz debe, menos aire puro
La caverna profunda, que a la peña;
Caliginoso lecho, el seno obscuro
Ser de la negra noche nos lo enseña
Infame turba de nocturnas aves,
Gimiendo tristes y volando graves.
De este, pues, formidable de la tierra
Bostezo, el melancólico vacío
A Polifemo, horror de aquella sierra,
Bárbara choza es, albergue umbrío
Y redil espacioso donde encierra
Cuanto las cumbres ásperas cabrío,
De los montes esconde: copia bella
Que un silbo junta y un peñasco sella.
Un monte era de miembros eminente
Este que -de Neptuno hijo fiero-
De un ojo ilustra el orbe de su frente,
Émulo casi del mayor lucero;
Cíclope a quien el pino más valiente
Bastón le obedecía tan ligero,
Y al grave peso junco tan delgado,
Que un día era bastón y otro cayado.
Negro el cabello, imitador undoso
De las oscuras aguas del Leteo,
Al viento que lo peina proceloso
Vuela sin orden, pende sin aseo;
Un torrente es su barba impetuosa,
Que -adusto hijo de este Pirineo-
Su pecho inunda- o tarde, o mal, o en vano
Surcada aun de los dedos de su mano.
No la Trinacria en sus montañas, fiera
Armó de crueldad, calzó de viento,
Que redima feroz, salve ligera
Su piel manchada de colores ciento:
Pellico es ya la que en los bosques era
Mortal horror al que con paso lento
Los bueyes a su albergue reducía,
Pisando la dudosa luz del día.
Cercado es, cuando más capaz más lleno,
De la fruta, el zurrón, casi abortada,
Que el tardo otoño deja al blando seno
De la piadosa yerba encomendada:
La serva, a quien le da rugas el heno;
La pera, a quien le da cuna dorada
La rubia paja y -pálida turora-
La niega avara y pródiga la dora.
Erizo es, el zurrón, de la castaña;
Y -entre el membrillo o verde o datilado-
De la manzana hipócrita, que engaña,
A lo pálido no, a lo arrebolado,
Y de la encina honor de la montaña,
Que pabellón al siglo fue dorado,
El tributo, alimento, aunque grosero,
Del mejor mundo, del candor primero.
Cera y cáñamo unió -que no debiera-
Cien cañas, cuyo bárbaro rüido,
De más ecos que unió cáñamo y cera
Albogues, duramente es repetido.
La selva se confunde, el mar se altera,
Rompe Tritón su caracol torcido,
Sordo huye el bajel a vela y remo:
¡Tal la música es de Polifemo!
Ninfa, de Doris hija, la más bella,
Adora, que vio el reino de la espuma.
Galatea es su nombre, y dulce en ella
El terno Venus de sus Gracias suma.
Son una y otra luminosa estrella
Lucientes ojos de su blanca pluma:
Si roca de cristal no es de Neptuno,
Pavón de Venus es, cisne de Juno.
Purpúreas rosas sobre Galatea
La Alba entre lilios cándidos deshoja:
Duda el Amor cuál más su color sea,
O púrpura nevada, o nieve roja.
De su frente la perla es, eritrea,
Émula vana. El ciego dios se enoja,
Y, condenado su esplendor, la deja
Pender en oro al nácar de su oreja.
Invidia de las ninfas, y cuidado
De cuantas honra el mar deidades, era;
Pompa del marinero niño alado
Que sin fanal conduce su venera.
Verde el cabello, el pecho no escamado,
Ronco sí, escucha a Glauco la ribera
Inducir a pisar la bella ingrata,
En carro de cristal, campos de plata.
Marino joven, las cerúleas sienes,
Del más tierno coral ciñe Palemo,
Rico de cuantos la agua engendra bienes,
Del Faro odioso al promontorio extremo;
Mas en la gracia igual, si en los desdenes
Perdonado algo más que Polifemo,
De la que, aún no le oyó, y, calzada plumas,
Tantas flores pisó como él espumas.
Huye la ninfa bella: y el marino
Amante nadador, ser bien quisiera,
Ya que no áspid a su pie divino,
Dorado pomo a su veloz carrera;
Mas, ¿cuál diente mortal, cuál metal fino
La fuga suspender podrá ligera
Que el desdén solicita? ¡Oh cuánto yerra
Delfín que sigue en agua corza en tierra!
Sicilia, en cuanto oculta, en cuanto ofrece,
Copa es de Baco, huerto de Pomona:
Tanto de frutas ésta la enriquece,
Cuanto aquél de racimos la corona.
En carro que estival trillo parece,
A sus campañas Ceres no perdona,
De cuyas siempre fértiles espigas
Las provincias de Europa son hormigas.
A Pales su viciosa cumbre debe
Lo que a Ceres, y aún más, su vega llana;
Pues si en la una granos de oro llueve,
Copos nieva en la otra mil de lana.
De cuantos siegan oro, esquilan nieve,
O en pipas guardan la exprimida grana,
Bien sea religión, bien amor sea,
Deidad, aunque sin templo, es Galatea.
Sin aras, no: que el margen donde para
Del espumoso mar su pie ligero,
Al labrador, de sus primicias ara,
De sus esquilmos es al ganadero;
De la Copia a la tierra poco avara
El cuerno vierte el hortelano, entero,
Sobre la mimbre que tejió prolija,
Si artificiosa no, su honesta hija.
Arde la juventud, y los arados
Peinan las tierras que surcaron antes,
Mal conducidos, cuando no arrastrados,
De tardos bueyes cual su dueño errantes;
Sin pastor que los silbe, los ganados
Los crujidos ignoran resonantes
De las hondas, si en vez del pastor pobre
El céfiro no silba, o cruje el robre.
Mudo la noche el can, el día dormido
De cerro en cerro y sombra en sombra yace.
Bala el ganado; al mísero balido,
Nocturno el lobo de las sombras nace.
Cébase -y fiero deja humedecido
En sangre de una lo que la otra pace.
¡Revoca, Amor, los silbos, o a su dueño,
El silencio del can siga y el sueño!
La fugitiva Ninfa en tanto, donde
Hurta un laurel su tronco al Sol ardiente,
Tantos jazmines cuanta yerba esconde
La nieve de sus miembros da una fuente.
Dulce se queja, dulce le responde
Un ruiseñor a otro, y dulcemente
Al sueño da sus ojos la armonía,
Por no abrasar con tres soles el día.
Salamandria del Sol, vestido estrellas,
Latiendo el Can del cielo estaba, cuando
-Polvo el cabello, húmidas centellas,
Si no ardientes aljófares, sudando-
Llegó Acis, y de ambas luces bellas
Dulce Occidente viendo al sueño blando,
Su boca dio, y sus ojos, cuanto pudo,
Al sonoro cristal, al cristal mudo.
Era Acis un venablo de Cupido,
De un Fauno -medio hombre, medio fiera-,
En Simetis, hermosa Ninfa, habido;
Gloria del mar, honor de su ribera.
El bello imán, el ídolo dormido,
Que acero sigue, idólatra venera,
Rico de cuanto el huerto ofrece pobre,
Rinden las vacas y fomenta el robre.
El celestial humor recién cuajado
Que la almendra guardó, entre verde y seca,
En blanca mimbre se lo puso al lado
Y un copo, en verdes juncos, de manteca;
En breve corcho, pero bien labrado,
Un rubio hijo de una encina hueca,
Dulcísimo panal, a cuya cera
Su néctar vinculó la primavera.
Caluroso, al arroyo da las manos,
Y con ellas, las ondas a su frente,
Entre dos mirtos que -de espuma canos-,
Dos verdes garzas son de la corriente.
Vagas cortinas de volantes vanos
Corrió Favonio lisonjeramente,
A la de viento, cuando no sea cama
De frescas sombras, de menuda grama.
La Ninfa, pues, la sonora plata
Bullir sintió del arroyuelo apenas,
Cuando -a los verdes márgenes ingrata-
Seguir se hizo de sus azucenas.
Huyera... mas tan frío se desata
Un temor perezoso por sus venas,
Que a la precisa fuga, al presto vuelo
Grillos de nieve fue, plumas de hielo.
Fruta en mimbre halló, leche exprimida
En juncos, miel en corcho, mas sin dueño;
Si bien al dueño debe, agradecida,
Su deidad culta, venerado el sueño.
A la ausencia mil veces ofrecida,
Este de cortesía no pequeño
Indicio la dejó -aunque estatua helada-
Más discursiva y menos alterada.
No al Cíclope atribuye, no, la ofrenda;
No a Sátiro lascivo, ni a otro feo
Morador de las selvas, cuya rienda
El sueño aflija, que aflojó el deseo.
El niño dios, entonces, de la venda,
Ostentación gloriosa, alto trofeo
Quiere que al árbol de su madre sea
El desdén hasta allí de Galatea.
Entre las ramas del que más se lava
En el arroyo, mirto levantado,
Carcaj de cristal hizo, si no aljaba,
Su blanco pecho de un arpón dorado.
El monstruo de rigor, la fiera brava
Mira la ofrenda ya con más cuidado,
Y aun siente que a su dueño sea devoto,
Confuso alcaide más, el verde soto.
Llamáralo, aunque muda; mas no sabe
El nombre articular que más querría,
Ni lo ha visto; si bien pincel suave
Lo ha bosquejado ya en su fantasía.
Al pie -no tanto ya, del temor, grave-
Fía su intento; y, tímida, en la umbría
Cama de campo y campo de batalla,
Fingiendo sueño al cauto garzón halla.
El bulto vio y, haciéndolo dormido,
Librada en un pie toda sobre él pende
-Urbana al sueño, bárbara al mentido
Retórico silencio que no entiende-:
No el ave reina, así el fragoso nido
Corona inmóvil, mientras no desciende
-Rayo con plumas- al milano pollo,
Que la eminencia abriga de un escollo,
Como la Ninfa bella -compitiendo
Con el garzón dormido en cortesía-
No sólo para, mas el dulce estruendo
Del lento arroyo enmudecer querría.
A pesar luego de las ramas, viendo
Colorido el bosquejo que ya había
En su imaginación Cupldo hecho
Con el pincel que le clavó su pecho,
De sitio mejorada, atenta mira,
En la disposición robusta, aquello
Que. si por lo suave no la admira,
Es fuerza que la admire por lo bello.
Del casi tramontado Sol aspira
A los confusos rayos su cabello;
Flores su bozo es cuyas colores,
Como duerme la luz, niegan las flores.
(En la rústica greña yace oculto
El áspid del intonso prado ameno,
Antes que del peinado jardín culto
En el lascivo, regalado seno.)
En lo viril desata de su bulto
Lo más dulce el Amor de su veneno:
Bébelo Galatea, y da otro paso,
Por apurarle la ponzoña al vaso.
Acis -aún más, de aquello que dispensa
La brújula del sueño, vigilante-,
Alterada la Ninfa esté o suspensa,
Argos es siempre atento a su semblante,
Lince penetrador de lo que piensa,
Cíñalo bronce o múrelo diamante:
Que en sus Paladiones Amor ciego,
Sin romper muros introduce fuego.
El sueño de sus miembros sacudido,
Gallardo el joven la persona ostenta,
Y al marfil luego de sus pies rendido,
El coturno besar dorado intenta.
Menos ofende el rayo prevenido,
Al marinero, menos la tormenta
Prevista le turbó, o pronosticada:
Galatea lo diga, salteada.
Más agradable, y menos zahareña,
Al mancebo levanta venturoso,
Dulce ya conociéndole y risueña,
Paces no al sueño, treguas sí al reposo.
Lo cóncavo hacía de una peña
A un fresco sitial dosel umbroso,
Y verdes celosías unas yedras,
Trepando troncos y abrazando piedras.
Sobre una alfombra, que imitara en vano
El tiro sus matices -si bien era
De cuantas sedas ya hiló gusano
Y artífice tejió la Primavera-,
Reclinados, al mirto más lozano
Una y otra lasciva, si ligera,
Paloma se caló, cuyos gemidos
-Trompas de Amor- alteran sus oídos.
El ronco arrullo al joven solicita;
Mas, con desvíos Galatea suaves,
A su audacia los términos limita,
Y el aplauso al concento de las aves.
Entre las ondas y la fruta, imita
Acis al siempre ayuno en penas graves:
Que, en tanta gloria, infierno son no breve
Fugitivo cristal, pomos de nieve.
No a las palomas concedió Cupido
Juntar de sus dos picos los rubíes
Cuando al clavel el joven atrevido
Las dos hojas le chupa carmesíes.
Cuantas produce Pafo, engendra Gnido,
Negras víolas, blancos alhelíes,
Llueven sobre el que Amor quiere que sea
Tálamo de Acis y de Galatea.


II

Su aliento humo, sus relinchos fuego
-Si bien su freno espumas- ilustraba
Las columnas, Etón, que erigió el Griego,
Do el carro de la luz sus ruedas lava,
Cuando de amor el fiero jayán ciego,
La cerviz oprimió a una roca brava,
Que a la playa, de escollos no desnuda,
Linterna es ciega y atalaya muda.
Árbitro de montañas y ribera,
Aliento dio, en la cumbre de la roca,
A los albogues que agregó la cera,
El prodigioso fuelle de su boca;
La Ninfa los oyó, y ser más quisiera
Breve flor, yerba humilde y tierra poca,
Que de su nuevo tronco vid lasciva,
Muerta de amor, y de temor no viva.
Mas -cristalinos pámpanos sus brazos-
Amor la implica, si el temor la anuda,
Al infelice olmo, que pedazos
La segur de los celos hará, aguda.
Las cavernas en tanto, los ribazos
Que ha prevenido la zampoña ruda,
El trueno de la voz fulminó luego:
Referillo, Piéredes, os ruego.
"¡Oh bella Galatea, más süave
Que los claveles que tronchó la aurora;
Blanca más que las plumas de aquel ave
Que dulce muere y en las aguas mora;
Igual en pompa al pájaro que, grave,
Su manto azul de tantos ojos dora
Cuantas el celestial zafiro estrellas!
¡Oh tú, que en dos incluyes las más bellas!
"Deja las ondas, deja el rubio coro
De las hijas de Tetis, y el mar vea,
Cuando niega la luz un carro de oro,
Que en dos la restituye Galatea.
Pisa la arena, que en la arena adoro
Cuantas el blanco pie conchas platea,
Cuyo bello contacto puede hacerlas,
Sin concebir rocío, parir perlas.
"Sorda hija del mar, cuyas orejas
A mis gemidos son rocas al viento:
O dormida te hurten a mis quejas
Purpúreos troncos de corales ciento,
O al disonante número de almejas
-Marino, si agradable no, instrumento-,
Coros tejiendo estés, escucha un día
Mi voz, por dulce, cuando no por mía.
"Pastor soy, mas tan rico de ganados,
Que los valles impido más vacíos,
Los cerros desparezco levantados
Y los caudales seco de los ríos;
No los que, de sus ubres desatados,
O derribados de los ojos míos,
Leche corren y lágrimas; que iguales
En número a mis bienes son mis males.
"Sudando néctar, lambicando olores,
Senos que ignora aun la golosa cabra
Corchos me guardan, más que abeja flores
Liba inquïeta, ingenïosa labra;
Troncos me ofrecen árboles mayores,
Cuyos enjambres, o el abril los abra,
O los desate el mayo, ámbar distilan,
Y en ruecas de oro rayos del Sol hilan.
"Del Júpiter soy hijo, de las ondas,
Aunque pastor; si tu desdén no espera
A que el monarca de esas grutas hondas
En trono de cristal te abrace nuera,
Polifemo te llama, no te escondas,
Que tanto esposo admira la ribera
Cual otro no vio Febo más robusto,
Del perezoso Volga al Indo adusto.
"Sentado, a la alta palma no perdona
Su dulce fruto mi robusta mano;
En pie, sombra capaz es mi persona
De innumerables cabras el verano.
¿Qué mucho, si de nubes se corona
Por igualarme la montaña en vano,
Y en los cielos, desde esta roca, puedo
Escribir mis desdichas con el dedo?
"Marítimo Alción, roca eminente
Sobre sus huevos coronaba, el día
Que espejo de zafiro fue luciente
La playa azul de la persona mía;
Miréme, y lucir vi un sol en mi frente,
Cuando en el cielo un ojo se veía:
Neutra el agua dudaba a cuál fe preste:
O al cielo humano o al cíclope celeste.
"Registra en otras puertas el venado
Sus años, su cabeza colmilluda
La fiera, cuyo cerro levantado,
De helvecias picas es muralla aguda;
La humana suya el caminante errado
Dio ya a mi cueva, de piedad desnuda,
Albergue hoy por tu causa al peregrino,
Do halló reparo, si perdió camino.
"En tablas dividida, rica nave
Besó la playa miserablemente,
De cuantas vomitó riquezas grave,
Por las bocas del Nilo el Oriente.
Yugo aquel día, y yugo bien suave,
Del fiero mar a la sañuda frente
Imponiéndole estaba, si no al viento,
Dulcísimas coyundas mi instrumento,
"Cuando, entre globos de agua, entregar veo
A las arenas ligurina haya,
En cajas los aromas del Sabeo,
En cofres las riquezas de Cambaya:
Delicias de aquel mundo, ya trofeo
De Escila, que, ostentado en nuestra playa,
Lastimoso despojo fue dos días
A las que esta montaña engendra Harpías.
"Segunda tabla a un ginovés mi gruta
De su persona fue, de su hacienda:
La una reparada, la otra enjuta,
Relación del naufragio hizo horrenda.
Luciente paga de la mejor fruta
Que en yerbas se recline, en hilos penda,
Colmillo fue del animal que el Ganges
Sufrir muros le vio, romper falanges:
"Arco, digo, gentil, bruñida aljaba,
Obras ambas de artífice prolijo,
Y de Malaco rey a deidad Java
Alto don, según ya mi huésped dijo,
De aquél la mano, de ésta el hombro agrava;
Convencida la madre, imita al hijo:
Serás a un tiempo, en estos horizontes,
Venus del mar, Cupido de los montes".
Su horrenda voz, no su dolor interno
Cabras aquí le interrumpieron, cuantas
-Vagas el pie, sacrílegas el cuerno-
A Baco se atrevieron en sus plantas.
Mas, conculcado el pámpano más tierno
Viendo el fiero pastor, voces él tantas,
Y tantas despidió la honda piedras,
Que el muro penetraron de las yedras.
De los nudos, con esto, más suaves,
Los dulces dos amantes desatados,
Por duras guijas, por espinas graves
Solicitan el mar con pies alados:
Tal redimiendo de importunas aves
Incauto meseguero sus sembrados,
De liebres dirimió copia así amiga,
Que vario sexo unió y un surco abriga.
Viendo el fiero Jayán con paso mudo
Correr al mar la fugitiva nieve
(Que a tanta vista el Líbico desnudo
Registra el campo de su adarga breve)
Y al garzón viendo, cuantas mover pudo
Celoso trueno, antiguas hayas mueve:
Tal, antes que la opaca nube rompa
Previene rayo fulminante trompa.
Con violencia desgajó infinita
La mayor punta de la excelsa roca,
Que al joven, sobre quien la precipita,
Urna es mucha, pirámide no poca.
Con lágrimas la Ninfa solicita
Las deidades del mar, que Acis invoca:
Concurren todas, y el peñasco duro
La sangre que exprimió, cristal fue puro.
Sus miembros lastimosamente opresos
Del escollo fatal fueron apenas,
Que los pies de los árboles más gruesos
Calzó el líquido aljófar de sus venas.
Corriente plata al fin sus blancos huesos,
Lamiendo flores y argentando arenas,
A Doris llega que, con llanto pío,
Yerno lo saludó, lo aclamó río.

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Luis de Góngora

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